miércoles, 30 de noviembre de 2016

Ryze

                                    Historia


Ryze, el Mago Rúnico
"Cuiden este mundo. Lo que está hecho, se puede deshacer".
Ryze es considerado uno de los hechiceros más adeptos de Runaterra. El archimago ancestral y gruñón lleva sobre sus hombros una carga demasiado pesada. Con su constitución sin límites y su inmenso poder arcano, Ryze se pasa la vida buscando incansablemente Runas Geogénicas, fragmentos de magia pura que antaño crearon el mundo de la nada. Ryze debe encontrar esos glifos antes de que caigan en las manos erróneas, porque conoce los horrores que podrían desatar sobre Runaterra.
Cuando Ryze oyó hablar por primera vez de la existencia de tan poderosas fuerzas arcanas, todavía era un joven. Durante una misión diplomática, Ryze oyó una conversación entre su maestro Tyrus y un mago anciano y marchito. Hablaban en voz muy baja sobre el peligro potencial de algo llamado Runas Geogénicas. Cuando Tyrus percibió la presencia de su pupilo, cortó la conversación abruptamente y enrolló el pergamino del que nunca se separaba.
Durante las siguientes décadas, las historias de las Runas comenzaron a circular por el mundo al mismo ritmo al que comenzaron a ser encontradas y desenterradas. Las mentes más brillantes del mundo comenzaron a estudiar esos glifos ancestrales para descubrir qué poderes poseían. Eran muy pocos los que podían siquiera hacerse una idea de la importancia de sus orígenes y del inmenso poder que albergaban. Algunos creían que las Runas habían tenido un papel fundamental en la creación de Runaterra. Las primeras veces que se usaron estos misteriosos artefactos tuvieron resultados catastróficos y alteraron los paisajes de naciones enteras. La desconfianza creció rápidamente entre aquellos que sabían de la existencia de las Runas, pues comenzaron a imaginarse el "Poder de los Creadores" usado como arma.
Ryze y Tyrus viajaron de nación en nación intentando sofocar la paranoia y fomentar el control, pero su misión se volvió cada vez más precaria. Los esfuerzos de maestro y pupilo fueron implacables, pero Ryze comenzó a ver cómo su maestro cedía a la desesperación.
Los miedos de Tyrus terminaron convirtiéndose en realidad un día que él y su pupilo intentaban mediar entre dos naciones en guerra no muy lejos de Khom, la aldea en la que Ryze había pasado su infancia. Ambos ejércitos acusaban al otro de haber planeado un ataque rúnico contra el otro, y ambos estaban preparados para usar ese mismo poder en defensa propia. La tensión aumentó hasta tal punto que Tyrus comprendió que no había mediación posible en aquel conflicto. Los dos bandos estaban resueltos a ir a la guerra, así que lo único que pudo hacer fue huir con su pupilo.
Cuando ya se hallaban a varias millas de la batalla, cruzando una montaña, la batalla comenzó. Ryze sintió como si el suelo se hundiera a sus pies. El cielo se retorció, como herido de muerte. Era como si la mismísima tierra gritara y tuviera arcadas. Tyrus agarró a Ryze y gritó unas órdenes extrañas, pero las palabras se las tragó el silencio antinatural que los rodeaba. Por primera vez, eran testigos de los efectos de las Runas Geogénicas en la guerra.
Unos segundos más tarde, se restableció la realidad. Ryze y Tyrus treparon por las ruinas de un pico cercano y miraron atrás hacia el valle donde antes se encontraban los dos ejércitos. Debajo, vieron la locura: una destrucción tan masiva que desafiaba todos los sentidos físicos. Los ejércitos, la gente, la propia tierra... habían desaparecido. A lo lejos, un océano que hasta entonces había estado a más de un día de camino se aproximaba rápidamente a su posición. Ryze no pudo por más que caer de rodillas y quedarse mirando aquel gran agujero en el mundo. La devastación era completa. No quedaba nada. Ni siquiera la aldea que una vez llamó hogar.
La guerra se extendió por Runaterra. Los primeros horrores de las Guerras Rúnicas hicieron que se extendiera el miedo y las agresiones entre aquellos que en ese momento se daban cuenta del poder que tenían a su disposición. Incluso Ryze sintió la necesidad de unirse al conflicto para prevenir una mayor devastación como la que se desencadenó sobre su pueblo. Tyrus permaneció al lado de su pupilo y sofocó su sed de venganza haciéndole ver que eso solo perpetuaría el círculo vicioso. Al principio, Ryze se sintió irritado por las palabras de su maestro, pero no tardó en aceptar la sabiduría que encerraban.
Tyrus viajó por todo el mundo para conocer a aquellos que poseían las Runas, en busca de la cordura. Para asegurar el futuro de Runaterra, pidió que todas las Runas Geogénicas se guardaran lejos del alcance del hombre. Conscientes de los efectos de la amenaza de aniquilación, algunos recobraron la sensatez y acordaron entregar sus Runas Geogénicas a Tyrus, mientras que otros se negaron a dejar a un lado su nuevo poder e influencia.
Tyrus siguió con su trabajo, intentando retirar todas las Runas Geogénicas del alcance de la humanidad. Pero a medida que la esperanza por Runaterra crecía, Tyrus comenzó a cambiar. Ryze observó cómo su maestro estaba cada vez más distante. Mientras Tyrus se encargaba de las Runas, empezó a mandar a su pupilo a misiones aparentemente de poca importancia.
Ryze estaba en una de esas misiones menores cuando oyó que se había producido otro cataclismo, esta vez en el sureste de Valoran, en Icathia. Preocupado por su maestro y amigo, el mago corrió a la escena de la devastación, rezando para que hubiera sobrevivido. Cuando llegó, sintió una gran felicidad al comprobar que Tyrus se encontraba ileso. Pero ese sentimiento duró poco. Para la consternación de Ryze, junto al pergamino que nunca se le había permitido leer había dos Runas Geogénicas.
El veterano mago aseguraba que, ahora que las Runas Geogénicas estaban en juego, no tenía más remedio que usarlas él mismo. Ryze se horrorizó cuando se dio cuenta de que Tyrus no solo había sobrevivido al desastre, sino que era quien lo había provocado. Este continuó con su amarga diatriba, diciéndole a su pupilo que la humanidad era un niño insensato que jugaba con fuerzas que escapaban a su comprensión. Tyrus ya no podía ejercer de diplomático para ignorantes sedientos de poder. Tenía que detenerlos.
Ryze intentó, sin éxito, razonar con Tyrus. El modelo de sabiduría inagotable que había admirado desde que era un niño había desaparecido. Ante él se encontraba un hombre imperfecto, susceptible a las mismas tentaciones que los locos a los que condenaba. Las Runas lo habían corrompido por completo, y estaba preparado para usarlas una y otra vez, llevándose cada vez un pedazo más del mundo.
Ryze tenía que actuar, incluso si eso significaba destruir a su único amigo verdadero. Liberó cada gramo de energía arcana que pudo reunir. Tyrus se lanzó a por las Runas, decidido a no renunciar a su poder. Al ir a agarrarlas, el corrupto mago quedó temporalmente expuesto al ataque de Ryze. Y un momento más tarde, el cadáver de Tyrus yacía ardiendo en el suelo.
Cuando la mente de Ryze comenzó a procesar lo que había hecho, su cuerpo se puso a temblar.
Mientras recobraba los sentidos, se encontró a solas con las Runas Geogénicas, y su brillo lo incitaba a poseerlas. Armándose de valor, recogió aquellos símbolos uno a uno e inmediatamente sintió cómo lo transformaban en algo mayor, más terrible y poderoso de lo que él podría haber sido jamás.
Estremeciéndose, soltó las runas y dio un paso atrás. Si aquellos glifos habían podido corromper a un mago con la fuerza y la integridad de Tyrus, ¿qué podría hacer su pupilo? Pero él era consciente de que, si se alejaba, otra persona encontraría y utilizaría las Runas. Fue en ese momento que Ryze comprendió la envergadura de su tarea. Mientras una Runa Geogénica estuviese en juego, continuarían las Guerras Rúnicas y destruirían Runaterra con toda seguridad.
Sin saber qué hacer a continuación, Ryze vio el pergamino que Tyrus siempre llevaba consigo. Indeciso, Ryze desplegó el pergamino y un brillo radiante lo iluminó. De repente, supo lo que debía hacer.
Desde ese día, Ryze circula por el mundo guiado por la llamada de algo invisible que lo impulsa y aterroriza. Rechaza de forma constante la promesa de poder que porta cada Runa y, en su lugar, las oculta en ubicaciones secretas a las que nadie puede acceder. Lleva siglos llevando a cabo esta tarea, pues la magia que ha absorbido al llevar a cabo esta tarea sigue alargando su vida. Incluso después de todo este tiempo, Ryze no puede permitirse el lujo de relajarse. Y ahora todavía menos, dado que las Runas Geogénicas han vuelto a surgir y el mundo ha olvidado el precio que se pagó por su poder.
"Un viejo amigo".
Ryze estaba tan nervioso que apenas sentía el intenso frío. En comparación con la pesada carga del mago, el clima inmisericorde del Fréljord apenas surtía efecto en él. Tampoco se amedrentó ante el aullido distante de un trol de hielo hambriento. Él estaba ahí porque tenía trabajo que hacer. No era algo que disfrutara, pero sabía que aquello tenía que hacerse y que no podía evitarlo.
Al acercarse a las puertas pudo oír el sonido de las capas de pelaje rozando la madera del suelo, señal de que los guerreros de la tribu iban hacia allí para inspeccionarlo. En apenas unos segundos, pudo verlos en la parte superior de las puertas, con sus lanzas apuntando hacia abajo y listas para matar si el invitado resultaba ser no deseado.
“He venido a ver a Yago”, dijo Ryze, y su piel violeta quedó al descubierto cuando se quitó la capucha. “Es urgente”.
Los guerreros, de expresión estoica, se mostraron sorprendidos por un instante al reconocer al Mago Rúnico. Fue entonces que todos descendieron y trabajaron al unísono para abrir las pesadas puertas. En aquel lugar la afluencia de visitantes no era muy alta, y los que iban solían terminar clavados en picas para disuadir al resto. Ryze, sin embargo, contaba con una reputación que le daba acceso incluso a las regiones más hostiles de Runaterra.
Por lo menos durante unos minutos si no surge ningún problema, pensó.
Al pasar entre todas aquellas filas de personas cuyas caras castigadas por el viento parecían juzgarlo, mantuvo una expresión neutra que ocultaba cualquier duda. Un niño que no debía tener más de cinco años se quedó mirando a Ryze boquiabierto, y se separó de su madre valientemente para mirarlo más de cerca.
“¿Eres un brujo?”, preguntó el niño.
“Algo así”, respondió Ryze casi sin mirarlo, y siguió su camino.
Encontró el camino hacia la parte trasera de la fortificación. Se sorprendió al comprobar que la aldea apenas había cambiado desde la última vez que la había visitado, y de eso hacía varios años. Se dirigió hacia la inconfundible bóveda de hielo cristalino. El brillo azur de la estructura destacaba en aquel entorno apagado de tierra y madera.
Siempre fue un hombre sabio. A lo mejor coopera, pensó Ryze, pero se preparó para lo que pudiera pasar.
En el interior había un mago de escarcha anciano vertiendo vino sobre el plato de un altar. Se giró para contemplar cómo se acercaba Ryze, y por su expresión parecía que lo juzgaba. Ryze sintió cómo su corazón se encogía. Tras un momento, el hombre sonrió y abrazó a Ryze como si fuera un hermano.
“Estás muy delgado”, aseguró el mago. “Deberías comer más”.
“Tú deberías comer menos”, respondió Ryze, haciendo alusión a la curva de la panza de Yago.
Los dos amigos rieron largo rato, como si nunca se hubieran separado. Ryze, poco a poco, comenzó a bajar la guardia. Había muy pocas personas en en mundo que él considerara sus amigos, y era reconfortante para su alma hablar con uno de ellos. Ryze y Yago se pasaron la hora siguiente recordando tiempos pasados, comiendo y poniéndose al día. Ryze había olvidado lo bueno que era conversar con otro ser humano. Podría pasarse un par de semanas fácilmente con él, bebiendo vino y compartiendo historias de triunfos y derrotas.
“¿Y qué te trae tan adentro del Fréljord?”, preguntó finalmente Yago.
De repente, Ryze volvió a la realidad. Recordó rápidamente las palabras que había preparado cuidadosamente para cuando la conversación llegara a ese punto. Le contó la historia de sus días en Shurima. Había ido para investigar una tribu nómada que, de la noche a la mañana, había conseguido riquezas y tierras, casi un pequeño reino. Al inspeccionarlos, Ryze descubrió que tenían una Runa Geogénica en su poder. Se resistieron, y...
Ryze bajó la voz para no desentonar con el silencio de la estancia. Le explicó que, a veces, hay que hacer cosas horribles para que el mundo permanezca intacto. A veces, es necesario que pase algo horrible para evitar un cataclismo.
“Deben ser guardadas a buen recaudo”, dijo Ryze, llegando por fin al tema principal”. “Todas”.
Yago asintió gravemente, y la complicidad que habían compartido se desvaneció al instante.
“¿Nos la quitarías aun sabiendo que es lo único que mantiene alejados a los troles?”, preguntó Yago.
“Sabías que pasaría”, dijo Ryze, no dejándole alternativa. “Lo has sabido todos estos años”.
“Danos más tiempo. Esta primavera nos dirigiremos al sur. ¿Cómo sobreviviríamos al invierno?”
“Ya me has dicho eso antes”, dijo Ryze fríamente.
Le tomó por sorpresa que Yago le agarrara las manos e insistiera en su súplica.
“Hay varios niños con nosotros. Y tres o cuatro de nuestras mujeres están embarazadas. ¿Nos condenarías a todos?”, preguntó Yago con desesperación.
“¿Cuántas personas vivís en esta aldea?”, preguntó Ryze.
“Noventa y dos”, respondió Yago.
“¿Y cuántos habitantes tiene el mundo?”
Yago se quedó callado.
“Ya no puede esperar más. Fuerzas oscuras se están preparando para hacerse con ella. Cuando me vaya hoy, tiene que venir conmigo”, exigió Ryze.
“Solo la quieres para ti”, lo acusó súbitamente Yago con furia.
Ryze miró a Yago a los ojos, vio que aquel rostro era el de un desalmado, y ya no pudo reconocer al hombre que había conocido. Ryze trató de explicarle que, mucho tiempo atrás, había aprendido a no usar las Runas, y que el precio de usarlas siempre era demasiado alto. Pero aquel hombre había perdido la cordura y ya no se podía razonar con él.
De repente, Ryze cayó al suelo y se retorció de dolor. Alzó la vista y vio a Yago en postura de lanzamiento de hechizos. En sus dedos chisporroteaba un poder que ningún mortal debería poseer. Cuando Ryze comprendió lo que estaba pasando, inmovilizó al mago de escarcha con un anillo de poder arcano, y eso le dio justo el tiempo necesario para ponerse en pie.
Ryze y Yago se enfrentaron entonces en un choque de poderes que el mundo llevaba mucho tiempo sin ver. Yago abrasó la piel de Ryze con lo que parecía la fuerza de veinte soles. El Mago Rúnico contraatacó con una serie de potentes proyectiles arcanos. Tras un enfrentamiento que pareció durar horas, los poderes combinados de los dos atacantes terminaron abriendo una brecha en el templo y la gruesa bóveda de hielo se desplomó sobre ellos.
Ryze, herido gravemente, se arrastró a duras penas para salir de los escombros y consiguió ponerse de rodillas. Si bien algo borroso, pudo ver cómo Yago, maltrecho, intentaba abrir una caja fuerte que había desenterrado. Por el brillo del anhelo en sus ojos, Ryze supo perfectamente qué había en su interior y qué pasaría cuando lo tuviera.
Ryze había agotado toda su energía mágica, así que saltó sobre su viejo amigo y le pasó el cinturón por el cuello, dispuesto a estrangularlo. No sintió nada; el hombre por el que había sentido amor unos minutos antes ahora solo era una tarea que debía ser completada. Yago peleó con fuerza, agitando las piernas en busca de un punto de apoyo. Y finalmente murió.
Ryze cogió la llave del collar de Yago y abrió la caja. Extrajo la Runa Geogénica, que latía y emitía un poderoso brillo sobrenatural de color anaranjado. Enrolló la Runa utilizando un pedazo de la capa de su camarada caído, la colocó con cuidado en su morral y salió como pudo del templo, dando un suspiro apenado por la pérdida de su amigo.
El Mago Rúnico se dirigió hacia las puertas de la aldea, y vio las mismas caras castigadas por el viento que lo habían visto llegar. Los miró de soslayo, temiendo un ataque por su parte, pero ningún aldeano se movió ni intentó detenerlo. Ya no parecían defensores feroces; eran personas aturdidas que estaban a punto de enfrentarse a su fin. Miraban a Ryze con desamparo e indefensión.
“¿Qué vamos a hacer?”, preguntó la abuela, con el niño todavía agarrado al pelaje de su capa.
“Yo me iría”, respondió Ryze.
Sabía que, si se quedaban, los trols bajarían a la aldea por la noche y no dejarían a nadie con vida. Y tras los muros de la aldea acechaban peligros todavía peores.
“¿No podemos ir contigo?”, preguntó el niño.
Ryze se detuvo un momento. Una parte de él, un vestigio de compasión irracional en su interior, le gritaba: Acompáñalos. Protégelos. Olvídate del resto del mundo.
Pero sabía que no podía. Ryze emprendió su fatigosa marcha por la nieve freljordiana, y prefirió no mirar a las caras que estaba dejando atrás. Al fin y al cabo, eran las caras de los muertos, y debía centrarse en los que sí que podía salvar.

                           
                                         https://www.youtube.com/watch?v=DLOx-ercXzA

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